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[VIÑETA HISTÓRICA]
Uno de los grandes hitos que enfrentó la cardiología los años
cincuenta y sesenta fue la evaluación de la función del corazón
izquierdo. En la segunda mitad de los años 50, el laboratorio de
Andrew Morrow en el NHI era uno de los más adelantados en la
investigación cardiovascular. En este centro se realizaban varias
aproximaciones para la evaluación de la función del corazón
izquierdo, siendo algunas de ellas las siguientes:
- Acceso supra esternal:
En este acceso una aguja larga se
insertaba por detrás del esternón entre los grandes vasos hasta
llegar a la aurícula izquierda.
- Método o acceso trans torácico posterior:
En este caso se
pasaba una aguja lateral a la columna y se avanzaba hasta caer
en la aurícula izquierda.
- Acceso trans bronquial:
En esta técnica se hacía una bron-
coscopía rígida y a través del broncoscopio se realizaba una
punción con una aguja larga inmediatamente distal al origen
del bronquio principal izquierdo. Luego, a través de la aguja se
pasaba un catéter de plástico hasta aurícula izquierda y de ahí al
ventrículo izquierdo.
Estos procedimientos en general eran de riesgo relativamente
alto, sin embargo, el avance de la cirugía cardiaca y especial-
mente las secuelas de la enfermedad reumática requerían
estudios dinámicos cada vez mas precisos de la función y de la
estructura del corazón para aplicar los nuevos procedimientos
que se estaban desarrollando. Es difícil hacerse una idea hoy en
día de lo que era ser un paciente con secuelas de una enfer-
medad reumática pero baste decir que estos pacientes eran los
llamados “crónicos” de las salas de medicina de nuestro país,
llegando a estar años en régimen de hospitalizado.
Por otro lado, el estudio del corazón derecho era relativamente
fácil y se efectuaba habitualmente por denudación de venas del
brazo. Ocasionalmente el acceso era a través de catéteres por
vena femoral llegando rápidamente a la aurícula derecha. Incluso,
en algunos pacientes con foramen oval permeable se había
lograba tener información de las cavidades izquierdas…
EL HOMBRE DE LA HISTORIA
El 23 de septiembre de 1917 nació en Santiago Emilio del
Campo Orella. Hijo de José del Campo y Carola Orella. Aunque
él nació en la capital, su padre era agricultor y trabajaba admi-
nistrando un campo en Buin. La familia, en total, contaba con
cinco hijos además de Emilio. José, Hernán, Rosa, Juan Luis y
Enrique completaban la familia (Figura 1). No se ha recabado
información fidedigna acerca de su niñez pero algunos fami-
liares cercanos recuerdan dos cosas fundamentales: Don José
falleció durante la adolescencia de Emilio, cosa que fue un hito
en su vida y que habría estudiado al menos sus humanidades
en el tradicional liceo de hombres “José Victorino Lastarria”,
ubicado en la comuna de Providencia, pero que probable-
mente en esos años se encontraba en los extramuros de la
ciudad. Alumnos destacados de este centro son el escritor José
Donoso, el poeta Raúl Zurita, el General del Ejército Gustavo
Leight y Andrés Allamand, entre otros. Lo que sí se sabe es que
cursó su carrera de medicina en la Universidad de Chile. Su
especialidad en cardiología la completó en el antiguo Hospital
San Francisco de Borja ubicado en la avenida Alameda nº 160,
entre las calles Portugal y Vicuña Mackenna en Santiago. Ya
desde sus inicios don Emilio demostró un especial interés en la
investigación y docencia. Recordemos que esos años en Chile
representan un período de transición de la medicina, desde
unos orígenes heroicos hacia una medicina científica, basada
en la evidencia, como lo es hoy en día. Para perfeccionarse en
un área había que hacer tremendos esfuerzos ya que en un
país como el nuestro, especialmente aislado de los grandes
polos de desarrollo científico y en medio de cambios sociales,
eso pasaba a segundos planos. Sus alumnos y luego residentes
lo recuerdan como un hombre extremadamente acogedor,
estudioso, tranquilo y a su vez estimulante. En una era en la
que los exámenes para confirmar diagnósticos eran, por decir
lo menos, escasos, el uso de la habilidad clínica era funda-
mental. En esa área, el Dr. Del Campo destacaba por la sutileza
y precisión. Sus pacientes le tenían mucho aprecio. Transmitía
confianza y tranquilidad.
Figura 1. Dr. Emilio del Campo Orella. Denver 1956. Fotografía perteneci-
ente a la Familia del Campo Herrera.