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Ya ejerciendo de médico, estando totalmente identificado con

la manera de trabajar de su maestro, dedicó todo su tiempo al

trabajo en patología.

Mientras tanto, Chile luchaba por ser un país moderno. Una

de las cosas que nos mantenía atrasados era la mala salud de

nuestra población. Era un tema social. Cabe destacar, entre

otros ejemplos, que entre 1910 y 1923 hubo epidemias

de viruela cada tres o cuatro años, siendo devastadoras en

la población nacional, especialmente en aquellos de pocos

recursos. El Dr. Prado trabajó con ahínco en la epidemia de

viruela de 1910, cosa que fue recordada como ejemplo de

dedicación hacia sus pacientes, incluso 40 años después.

La viruela sería declarada erradicada por la Organización

Mundial de la Salud (OMS) recién en 1980. Debido al poco

apoyo recibido por sus pares y autoridades universitarias,

asociadas a las frecuentes luchas por mantener su punto de

vista, el Dr. Westenhoefer renunció a su cargo como profesor

de patología en la Universidad de Chile y regresó a Alemania

en 1911.

El estudiante perenne

Ese mismo año el Dr. Prado inició un viaje de estudios a Europa

junto a tres de sus compañeros de curso: Arturo Mardones,

Carlos Mönckeberg y Luis Prunés. Todos ellos ejercerían

una gran influencia en el desarrollo de la medicina chilena.

Mardones en dietética y nutrición, Mönckeberg en obstetricia

y Prunés en dermatología. Fue un viaje casi exclusivamente

dedicado al estudio y al contacto con los últimos avances en

las distintas áreas del conocimiento científico, realizado con

escasos recursos. Sin embargo le permitió conocer la rigurosa

forma de trabajar que hace avanzar el conocimiento basado

en el método científico. Estuvo en Alemania en los servicios

de eminentes médicos (Krauss, Goldscheider, Bickel y Orth),

en los que la fisiopatología, patología y anatomía patológica

jugaban un rol fundamental en el estudio de la clínica, lo que

dejó una profunda huella en su ejercicio posterior. En Francia

estuvo también en los servicios y laboratorios de profesores

como Widal, Mathieu, Roux y Váquez. Estudió además de

patología, gastroenterología, área que sería uno de sus prin-

cipales intereses y que sería un gran aporte a la medicina

chilena.

A su vuelta a Chile, en 1914, antes de que estallara la Gran

Guerra, llegó con una concepción distinta de la medicina que

se ejercía en el país. Buscaba una medicina más moderna,

profesional y responsable, en la que las decisiones terapéu-

ticas debían estar firmemente basadas en el conocimiento

científico riguroso. Una de las tareas que se impuso, de manera

casi obsesiva, fue asentar la clínica en la fisiopatología y en la

anatomía patológica.

Patria Nueva

Nuevamente en su país retomó la práctica de la medicina privada

y como docente en la Universidad de Chile. Instala un laboratorio

bioquímico para exámenes y de patología. Además ingresa a la

cátedra de Anatomía Patológica del Profesor Aureliano Oyarzún

en calidad de ayudante. Paralelamente a su actividad privada,

recibió en su laboratorio a muchos tesistas que vieron en él a un

tutor con sólidos conocimientos y generoso con ellos.

Cuando el Profesor Oyarzún renunció, en 1918, propuso al Dr.

Ernesto Prado Tagle como su sucesor. Sin embargo, la facultad

eligió a otro gran médico para el cargo, el

Dr. Emilio Croizet.

Este eminente médico, con estudios en patología en Europa y con

una gran dedicación a la docencia, tomó a su cargo esta cátedra.

De más está decir que significó un duro golpe para el Dr. Prado.

El médico internista

Sin embargo, pronto se sobrepuso e ingresó como agregado

a la Clínica del

Profesor Daniel García Guerrero.

En esa

cátedra comenzó a desarrollarse, siendo nombrado ayudante

y posteriormente, en 1922, Jefe de Clínica: un Jefe de Clínica

era el médico que en la práctica era responsable del funciona-

miento administrativo y clínico de los médicos que trabajaban

en ella así como de la evolución de los pacientes. Salta a la vista

que no era fácil llevar este cargo a buen puerto y que se nece-

sitaba, además de conocimientos médicos y administrativos,

una gran dosis de sentido común y carisma. Ambos atributos

estaban presentes en Prado Tagle.

Además de hacer labor clínica y administrativa, el Dr. Prado

siguió desarrollando sus proyectos de investigación. Así, en

1922 presentó su tesis para optar al grado de Profesor Extraor-

dinario de la Cátedra de Clínica Médica. Su tesis fue aceptada y

fue nombrado Profesor extraordinario ese mismo año.

Uno de sus más reconocidos aportes a la docencia y al desarrollo

de una medicina chilena de excelencia fue la incorporación a la

actividad médica de las

Reuniones Clínicas.

Hasta antes de su

intervención, los médicos veían a sus pacientes de manera indi-

vidual. Los casos se discutían, es cierto, pero nunca de manera

pública y solamente durante las visitas que realizaba a las salas

de pacientes el jefe de clínica o el Profesor. La aplicación de esta

metodología, que era utilizada en Europa, significaba discutir

ideas, actualizar conocimientos, conocer triunfos y derrotas en

la lucha contra la enfermedad con una base científica. Tanto

clínicos como patólogos se encontraban en estas reuniones, lo

que le daba a la discusión generada unas bases sólidas en la que

asentarse: el método científico y el paciente.

Luego de convencer al Profesor García Guerrero de la utilidad

de estas reuniones, fueron una marca que destacó a la cátedra

de Clínica Médica y favoreció un ambiente estimulante

[REV. MED. CLIN. CONDES - 2015; 26(5) 703-707]