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[ESTIGMA EN LA PRÁCTICA PSIQUIÁTRICA DE UN HOSPITAL GENERAL- Dr. Renato D. Alarcón]

INTRODUCCIÓN

En una época como la actual, en que globalización, tecnología

y la vigencia de sistemas masivos de comunicación presiden el

desenvolvimiento cotidiano de la población mundial, existen

temas de evidente impacto en niveles variados de la realidad

social. Uno de ellos es indudablemente el fenómeno llamado

estigma, cuyos orígenes etimológicos son más bien modestos y

hasta ambiguos: la palabra proviene del griego antiguo

ơтίγμα

y

del Latín

stigma

, que significa picadura, marca hecha con hierro

al rojo vivo, herida sangrante o tatuaje. Su uso en épocas preté-

ritas tuvo alcances teológicos: era el nombre de “una huella

impresa sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos santos

extáticos, como símbolo de la participación que sus almas toman

en la pasión de Cristo” (1). También se designó así a “la marca

impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien

como signo de esclavitud” refiriéndose a la huella de castigos

infligidos a pecadores, delincuentes o personas supuestamente

transgresoras de normas políticas o sociales dominantes. Al paso

de los siglos, su significado más evidente es el de ser “marca de

desgracia o descrédito”, de “desdoro, afrenta, mala fama” (1,2).

Son estas últimas acepciones las que se aplican hoy casi

exclusivamente en diversas esferas como expresión conde-

natoria o negativa de situaciones, conceptos o personas al

margen de la estimación mayoritaria. Al lado de términos

tales como “prejuicio” (idea anticipada y generalmente

equivocada) o “discriminación” como resultado patente de

aquellas ideas, estigma se convierte en el puente por el que

transitan acciones de crítica, postergación y abuso contra

los “marcados”, sea en áreas de identidad étnica, militancia

política, creencias religiosas u orientaciones de género

(3). Para los efectos de este artículo, el vocablo grafica el

etiquetamiento desfavorable e insultante de determinados

problemas de salud (vgr., lepra en el pasado, SIDA en la época

contemporánea), en particular los relacionados con salud

y enfermedad mental: prácticamente todo tipo de cuadro

psiquiátrico y las acciones que se toman para su examen y

manejo, son objetivos de una estigmatización sistemática por

parte de sociedades y comunidades a lo largo del mundo (4).

Se examinará fundamentalmente la presencia y manifesta-

ciones de estigma en relación a aspectos psiquiátricos de la

práctica diaria en hospitales generales, tengan o no unidades

psiquiátricas. Los conceptos que siguen se refieren a diversos

escenarios clínicos dentro del hospital y, en particular, a

observaciones en el contexto de la llamada Psiquiatría de

Enlace. Abarcan a varias entidades diagnósticas y a diversos

protagonistas del acto médico, examinando el impacto de

estigma, sus consecuencias y posibles intervenciones correc-

tivas. Presenta datos de revisión de la literatura psiquiátrica y

concluye con comentarios aplicables a la realidad de la aten-

ción psiquiátrica en hospitales generales de América Latina.

CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL ESTIGMA EN

MEDICINA Y PSIQUIATRÍA

El

background

definitorio de estigma es predominantemente

socio-cultural (5). En un número de instancias puede ser

simplemente resultado de ignorancia respecto al objeto de

su condena, en este caso, la enfermedad mental. Su origen,

lamentablemente, no reside solo en una educación limitada

por carencias socio-económicas ya que existe evidencia de

ideas y prácticas estigmatizadoras en miembros de sectores

socio-económicos altos y de niveles educativos superiores,

incluyendo profesiones de la salud (3,6). Las nociones estig-

matizantes tienen un carácter íntimo y subjetivo resultante de

variadas influencias ambientales de naturaleza socio-familiar,

ocupacional o grupal, cuando no de experiencias personales

con familiares, amigos o vecinos enfermos o del espectá-

culo de pacientes mentales deambulando por calles y plazas

o durmiendo a la intemperie (7). Este conjunto de vivencias

genera, en muchos casos, ideas estereotipadas de generaliza-

ción fácil y convencimiento intenso.

Otros factores socio-demográficos que contribuyen a la preva-

lencia de estigma en la población son: edad (estigma es mayor

en adolescentes, adultos jóvenes y adultos en edad media de

la vida), género (más evidente en varones que en mujeres),

zona de residencia (poblaciones urbanas más que rurales) y

ocupación (amas de casa, trabajadores manuales y de oficina

más que profesionales) (8,9). Puede también afirmarse que el

nivel de estigma se da directamente en función de la severidad

y persistencia del trastorno mental al cual se aplica.

Un aspecto poco estudiado en la conducta de quienes rechazan

o estigmatizan a las enfermedades (y enfermos) mentales es

el posible impacto de rasgos psicopatológicos presentes en

ellos mismos, el llamado auto-estigma o estigma internali-

zado, este último, resultado de la percepción que el individuo

adquiere a partir de la manera cómo el público se expresa

de la enfermedad y del enfermo mental (10, 11). ¿En qué

medida el ser portador de un cuadro mental afecta la actitud

del individuo hacia otros con el mismo o diferente diagnós-

tico? La respuesta no es fácil porque entraña un espectro de

posibilidades: positivas o favorables (simpatía consciente, el

“conocer” la profundidad de una experiencia singular y la soli-

daridad que esto induce hacia aquéllos que la sufren) pero,

por otro lado, sentimientos de rechazo, resentimiento y frus-

tración nutriendo reacciones concomitantes hacia personas

que muestran conductas similares a las propias.

El mecanismo a través del cual el estigma se difunde o

gana terreno en el colectivo tiene también profundas raíces

socio-culturales. Se trata de un proceso combinado de reite-

raciones, rumores, informaciones a través de los medios y las

llamadas “redes sociales”, procesos de “persuasión de masas”