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y experiencias personales o individuales que, en conjunto,

dan lugar a una suerte de “contagio social”, un compartir de

opiniones que se traduce en acuerdos tácitos y estrategias

permanentes hacia un objetivo común (12). Lo más impor-

tante en este proceso es que estigma invoca y encarna, a

través de actitudes hostiles y por lo tanto, agresivas (consi-

deradas como “necesarias”), un propósito supuestamente

alturado de protección, de defensa, de beneficio individual y

colectivo y hasta de “pureza” y convicción sincera. La articula-

ción de estigma y sus modalidades utiliza, en buena medida,

la justificación dialéctica de causas nobles, de fines trascen-

dentes.

Las implicaciones políticas y económicas de estigma son

también numerosas y contradictorias. A través de la historia,

cuando estigma era un elemento institucionalizado en el trato

a los enfermos mentales, su impacto se tradujo en la ubica-

ción de los asilos de “lunáticos” en zonas apartadas, lejos de la

vista y consideración del gran público. En el momento actual,

casi siete siglos más tarde, el estigma ha adoptado formas

más sofisticadas (vgr., disposiciones legales o declaraciones

oficiales elocuentes pero, carentes de recursos financieros

o materiales adecuados) o solapadas: falta de cobertura de

seguros para enfermedades mentales, números limitados

de plazas académicas o personal hospitalario, escaso acceso

de personas con historia de padecimientos emocionales al

mercado de trabajo, entre otros (13,14). Estos procesos se

conocen con el nombre de

“estigma estructural”.

En otros terrenos, el estigma se ha expresado más bien como

una suerte de “conspiración del silencio”, de negligencia delibe-

rada, minimización consciente o negación subconsciente que,

en cualquier caso, daría lugar a una sensación de alivio colec-

tivo, de ausencia de culpa o de vergüenza (15); algunos incluso

elogiarían esa “sublimación de la furia” hacia los llamados “culpa-

bles” de la disrupción social, los enfermos mentales.

Los profesionales de salud y salud mental de ninguna manera

son ajenos a los embates del estigma. De hecho, hay ejem-

plos de todo tipo respecto a cómo juzgan ellos la conducta de

sus pacientes, más allá de los enunciados deontológicas de

la profesión: el resultado concreto es que nosotros también

lidiamos con tal realidad y las acciones que tomemos pueden

reflejar el estilo con el que manejamos el grado alto o bajo de

estigma que pueda aquejarnos (16,17). De hecho, la obje-

tividad del juicio clínico puede verse afectada de manera

directa por tales niveles: Un paciente esquizofrénico puede

generar enfoques más severos que lo que la sintomatología

detectada haya revelado e influir en el nivel de “agresividad”

del tratamiento (¿polifarmacia?, ¿electroshock?) o en un

mayor énfasis en la seriedad del pronóstico que en las espe-

ranzas de recuperación.

EL ESTIGMA PSIQUIÁTRICO EN EL HOSPITAL GENERAL

A pesar de cambios sustanciales en muchos aspectos de la

práctica médica, el hospital general sigue siendo escenario

vital en el ejercicio de la profesión. La época moderna lo

sitúa como eje protagónico de servicios basados en el uso

cada vez más elaborado de los nuevos recursos tecnológicos.

Pacientes admitidos cubren todo el espectro de posibili-

dades diagnósticas y de manejo en prácticamente todas las

especialidades y subespecialidades, con servicios, divisiones

o unidades propias pero en constante y dinámica interrela-

ción, sello fundamental de la medicina contemporánea. El

hospital general es hoy el escenario clínico con números cada

vez mayores, pero aun insuficientes, de personal (en diversos

niveles jerárquicos dentro de cada profesión), de camas,

laboratorios y áreas de interconsulta. Cuenta además con

subdivisiones que van desde servicios de emergencia hasta

unidades especializadas, en las cuales la estancia del paciente

tiende a ser cada vez más corta. En tal contexto, las áreas

de emergencia y servicios ambulatorios son hoy escenario de

flujos crecientes de pacientes, demandas administrativas y

exigencias no siempre realistas de rendimiento laboral.

La presencia de la psiquiatría en el hospital general no ha

sido ajena a estas tendencias. Históricamente, corresponde

al movimiento de la llamada Medicina Psicosomática, el

privilegio de haber fomentado el ingreso de la especialidad

al más amplio territorio médico. De base psicodinámica

inicial, algunos de los excesos doctrinarios en que incurrió

no llegaron a opacar su mensaje de integración, respeto

mutuo y aceptación pragmática (18). Esta última se materia-

lizó hacia mediados del siglo pasado, primero con la apertura

de unidades psiquiátricas en hospitales generales y, a partir

de los años 60, con el advenimiento de la llamada Psiquia-

tría de Enlace o

Consultation Liaison Psychiatry

que permitió

una interacción mucho más cercana y productiva de la espe-

cialidad psiquiátrica con sus pares (19-21). El proceso ha

continuado con el vigoroso avance de la llamada Atención

Integrada,

Integrated Care

o

Comprehensive Medicine

en el

ámbito clínico actual (22).

El hospital general y su trasfondo psicológico o emocional

exhiben un ambiente colectivo necesariamente heterogéneo

que se homogeniza sin embargo, al influjo de ingredientes

comunes de temor y esperanza, expectativas y angustias,

opiniones coincidentes o divergentes… y grados diversos de

estigma, expresos o simulados, aceptados o negados. Hay cier-

tamente enfermedades médicas (infecciones exóticas de natu-

raleza epidémica, cáncer de diversos tipos, obesidad, cuadros

congénitos, dolencias geriátricas) sobre las que convergen

actitudes de estigma, pero ésta es varias veces más evidente

cuando se trata de entidades psiquiátricas. En este sentido,

los ejemplos más claros se dan, sin duda, en la práctica de la

[REV. MED. CLIN. CONDES - 2017; 28(6) 818-825]