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medades y daño agudo, la práctica clínica dedicada a esa área

fue tan corta, que uno se pregunta si acaso fue sólo un espe-

jismo. Los hospitales enfrentaban restricciones financieras

cada vez mayores. En Canadá, un gran número de camas

destinado al cuidado de agudos se inhabilitó, sin aumentar

el aumento de infraestructura en cuidados médicos de largo

plazo. El porcentaje (número reducido) de camas de agudos

ocupadas por pacientes de cuidados de largo plazo a menudo

excedían el 20% del total de la capacidad de camas, lo que

agregaba una presión adicional a los servicios de urgencia

(SU) tanto en la salida de pacientes que habrían sido previa-

mente admitidos, como en los que se habrían atochado en los

pasillos. Durante ese mismo período de tiempo en los Estados

Unidos, el número total de hospitales fue disminuyendo cada

año. Las compañías de seguro comenzaron a dictaminar

cuánto debía durar la estadía y los criterios de reembolso para

diversas condiciones médicas. Las causas eran diferentes,

pero los resultados eran los mismos que en Canadá: salas de

urgencia atochadas de pacientes, con demoras en la aten-

ción inicial y duración prolongada de la atención del equipo

médico de urgencia. Este nuevo paradigma se convirtió en

la nueva norma aceptada a pesar de los malos resultados

en los pacientes y niveles de satisfacción. La necesidad de

servicios paramédicos como el trabajo social y la fisioterapia

en las salas de urgencia aumentaron. Una nueva estructura

física se creó dentro de la sala de urgencia: una unidad de

estadía corta de 24 horas que evitaba las admisiones y a su

vez aumentaba el rango de práctica del médico de urgencia.

Al mismo tiempo, a medida de que las camas clínicas se

convertían en un producto básico (

commodity

) en disminu-

ción, lo mismo sucedía con las camas para los pacientes con

problemas de salud mental. Se cerraron muchos centros de

salud de estadía de largo plazo, dando como resultado un

número cada vez mayor de pacientes con enfermedades de

salud mental crónica en la calle o bajo el cuidado de parientes

incapaces de manejar el problema. Las visitas a las unidades

de urgencia aumentaron, requiriendo otro cambio de para-

digma: Las Unidades de Psiquiatría en el SU, con la presencia

de enfermeras de psiquiatría y equipos de evaluación. Se

requería una demanda creciente de trabajadores sociales

debido a la falta de recursos comunitarios para este grupo de

pacientes, aumentando aún más las demandas de recursos

no médicos en los SU.

Las unidades de urgencia han sido impactadas también por

las enfermedades infecciosas como el Síndrome Respira-

torio Agudo Severo (SARS, en inglés), tuberculosis y H1N1,

lo que han obligado a los hospitales a adelantar un concepto

abierto para habitaciones individuales, aumentando los

costos de infraestructura y las necesidades del personal. La

violencia y el terrorismo han tenido como resultado unidades

de urgencia con detector de metales en las entradas, y con

ventanillas a prueba de balas en “Admisión”. Aunque los SU

han disminuido en cantidad, se han convertido en salas más

grandes por necesidad, con sub-áreas de atención bajo la

dirección de la sala de urgencia: básicamente, mini hospi-

tales.

¿Por qué han ocurrido estos cambios de paradigmas

y por qué se han impuesto en la unidad de urgencia

en lugar de encontrar nuevos sistemas de atención de

salud que los avalen?

En gran medida se debe a que noso-

tros mismos hemos sido nuestro peor enemigo. Desde los

primeros días en que practicábamos nuestra especialidad,

hemos dicho que la Unidad de Urgencia es la red de segu-

ridad del sistema de atención de salud, en lugar de ser la

red de seguridad para los enfermos o lesionados agudos.

A diferencia de otras especialidades, no hemos intentado

definir criterios de inclusión y exclusión para la atención

de salud. Ninguna otra especialidad médica ha aceptado

ser multifuncional como lo es la unidad de urgencia; en

el caso de pacientes hospitalizados, se tuvo que crear la

función de médico de hospital para abordar este enfoque.

Cuando otras áreas están bajo presión, la solución más fácil

es derivar esa atención a la unidad de urgencia. Piense en

qué lugar van a dar los pacientes sin médico de cabecera,

con complicaciones post-operatorias o con temas de adic-

ción, por nombrar algunos. La respuesta universal es el

servicio de urgencia. Un enfoque de ese tipo se justifica en

un sistema de salud privado donde las finanzas del hospital

dependen del mercado. Sin embargo, fuera de Estados

Unidos, un enfoque de ese tipo sólo puede ir en detrimento

del paciente gravemente enfermo o lesionado, como lo

evidencia la investigación disponible (1). Por desgracia, la

oportunidad para abogar específicamente por el área de

experticia en medicina de urgencia parece haberse perdido

en Norteamérica, pero no en Sudamérica.

EL NUEVO CAMBIO DE PARADIGMA: LA POBLACIÓN

QUE ENVEJECE

Para el año 2050, más del 30% de la población norteamericana

se considerará de la tercera edad; en Sudamérica esa propor-

ción será del 25% (2). Se dice que hay más personas vivas sobre

65 años que las que han muerto anteriormente. Cada vez más

tendremos que abordar las necesidades específicas de este

grupo etario que va en aumento. A diferencia de otros grupos

etarios, los múltiples problemas no médicos son inherentes y

están entrelazados con los problemas médicos. Nuestra inca-

[REV. MED. CLIN. CONDES - 2017; 28(2) 277-281]