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preferencia al inicio de la RMP, cuando recién está comenzando

el proceso diagnóstico. También podría ser inapropiado cuando

el paciente está deprimido, ansioso o con algún trastorno

conductual y se estima que esa noticia podría descompensar

su cuadro psiquiátrico. En demencias más avanzadas, cuando

el paciente ya no tiene conciencia de su deterioro cognitivo

o no tiene la capacidad de procesar o retener la información,

también será de escasa utilidad comunicarlo (8).

Como en todo diagnóstico y especialmente cuando este se

fundamenta en una serie de criterios semiológicos más que

en algún examen objetivo de laboratorio, como es el caso

del Alzheimer, está la posibilidad de duda. Esto ocurre más

a menudo en las etapas iniciales de la enfermedad o cuando

existen factores psicológicos o gananciales asociados.

Antes que aventurar un diagnóstico incierto, con todas las

consecuencias que puede tener, se aconseja transparentar la

duda con el paciente o su cuidador, lo que no impide que se

pueda trabajar sobre la base de la hipótesis más probable.

Por supuesto, si es posible y se considera necesario, deberá

solicitarse la evaluación por un experto en demencias (7).

Trabajo con el cuidador

Dada la falta de tratamientos que mejoren o estabilicen en

el largo plazo los síntomas del Alzheimer, el cuidador es el

principal apoyo que permitirá la supervivencia y calidad de

vida del paciente. En ese sentido, la RMP debe incluir también

una adecuada relación médico cuidador, la cual deberá

estar siempre guiada por el respeto a la dignidad, valores y

derechos del paciente (9,10).

En nuestra sociedad, la mayoría de los cuidadores son familiares

directos (pareja o hijos), la mayoría mujeres, con severa

sobrecarga física, emocional y económica (11). Al largo duelo

por la pérdida del ser querido, debe agregarse la necesidad de

asumir gradualmente sus funciones, y en etapas posteriores su

cuidado integral, sufrir sus delirios, agresiones y trasnoches, a

menudo con la sola recompensa del deber cumplido.

En este contexto es fundamental otorgar un espacio para

hablar con el cuidador a solas. Lo óptimo es que acuda

además un tercero que pueda quedarse en la sala de espera

con el paciente mientras esto ocurre. El cuidador proveerá

información clínica fundamental, de la que a menudo el

paciente no es consciente y que, por lo tanto, no sería

posible obtener con él presente, ya que la interpretaría como

fantasías o intrigas. Es necesario apoyarlo además en su

nuevo rol, enseñarle a protegerse del estrés y responder las

dudas que van surgiendo. Desde el principio debe plantearse

expectativas realistas respecto al pronóstico y al hecho de

que las terapias existentes sólo son de tipo sintomático (12).

Es necesario preguntar al cuidador por su propio estado y

validar la importancia de su rol. Es común que requieran

incluso atención médica directa, dada la tendencia a verse

sobrepasados y desarrollar enfermedades psiquiátricas y

físicas cuyo tratamiento ayudará también a reducir el estrés

del paciente mismo (10, 11, 13).

Humanización de la relación

En todos los campos de la medicina, la exposición repetida del

médico al sufrimiento, invalidez y muerte, le hacen vulnerable

a perder la perspectiva del paciente como un humano que

sufre, viéndolo más bien como un conjunto de síntomas y

signos. En el caso de la demencia, el riesgo de “cosificar” al

paciente es aún mayor, dada la paulatina pérdida del sentido

de la realidad y su cada vez más precaria participación en la

entrevista médica y toma de decisiones. No hay que olvidar

que el paciente demente a menudo es un ser sufriente. Aún

en ausencia de conciencia de enfermedad, suele sentirse

amenazado por la pérdida de atribuciones, deterioro en las

relaciones e incluso por ideas delirantes y alucinaciones. La

depresión, ansiedad, irritabilidad y trastornos del sueño son

frecuentes, incluso en etapas iniciales de la enfermedad (13).

En este sentido, la relación empática constituye un bálsamo

a estos padeceres. Aún cuando el paciente haya perdido

la capacidad de comunicarse o de memorizar hechos, la

memoria emocional y la comunicación no verbal suelen estar

preservadas hasta etapas tardías del Alzheimer (14). Este

aspecto de la relación, que pone a prueba el profesionalismo

y humanidad del médico, es un requisito fundamental, a

menudo descuidado en el caso de las demencias (13).

Limitación de actividades

En la medida que la enfermedad progresa, el paciente se ve

cada vez más limitado para realizar actividades sin riesgo.

Se va haciendo progresivamente imposible el desempeño

laboral, el salir solo, el manejo del dinero, la conducción

de vehículos, cocinar… hasta finalmente perder incluso las

capacidades de auto-cuidado básico. Paradójicamente se va

perdiendo también la conciencia de enfermedad, de modo

que le costará entender estas limitaciones y las atribuirá a

confabulaciones perversas de sus familiares, cuidadores o

equipo de salud, con toda la carga emotiva que esto implica.

Pese a ello, es de fundamental importancia establecer

límites de seguridad, que se irán haciendo más estrictos con

el avance de la enfermedad. El no hacerlo puede llevar al

paciente a la ruina, a perderse, tener accidentes, etc.

La primera medida, muchas veces infructuosa, será intentar

que el paciente entre en razón. A veces será necesario

[Relación médico-paciente en el contexto de la demencia - Dr. Jorge González-Hernández y col.]