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la señal post-receptor por efecto de los mediadores inflamatorios

mencionados. Finalmente, si bien la vía “metabólica” de la acción

insulínica se encuentra comprometida, la vía “anabólica”(o

mitótica), donde la MAPquinasa juega un rol fundamental, no está

afectada, pudiendo incluso exacerbarse (1, 2).

La RI participa de la fisiopatología de la diabetes mellitus

tipo 2 (DM 2), la dislipidemia aterogénica (colesterol HDL bajo,

hipertrigliceridemia y partículas de colesterol LDL pequeñas y

densas), la hipertensión arterial esencial (HTA), el sindrome de

ovario poliquístico (SOP) y la enfermedad por hígado graso no

alcohólico (EHGNA). A través del síndrome metabólico (SM) y

el estado proinflamatorio generado por adipoquinas aumenta

el riesgo cardiovascular. Con respecto a SOP, la asociación es

frecuente (hasta 75% de los casos), pero no se incluye en los

criterios diagnósticos y puede no estar presente (3-6).

La RI es altamente prevalente y se estima que un tercio

de la población adulta occidental la presenta. Este dato es

concordante con nuestra última Encuesta Nacional de Salud, en

la que un 35% de los adultos la presentan (7).

Su pesquisa se justifica en individuos con riesgo para el

desarrollo de DM 2, frente a la presencia de factores de riesgo

cardiovascular, en sospecha de EHGNA y en mujeres con SOP.

Es importante aclarar 3 conceptos sobre la condición:

1.

No es una enfermedad; si bien su presencia se asocia al

desarrollo de diversas patologías, no tiene síntomas específicos

y algunos de sus portadores no presentarán problemas

asociados.

2.

No es lo mismo que “prediabetes”; para desarrollar DM 2

no solo se requiere de RI sino de una secreción pancreática

de insulina deficiente. Este estado corresponde a la glicemia

alterada en ayuno (GAA) y a la intolerancia a la glucosa (IG).

A grandes rasgos, 1 de 3 insulino-resistentes desarrolla la

enfermedad, siendo generalmente aquellos individuos con

antecedentes familiares en primer grado y/o obesidad los de

mayor riesgo (8).

3.

No es lo mismo que SM; el cual corresponde a la confluencia

de varios factores de riesgo cardiovascular asociados

fisiopatológicamente a la RI, en un mismo individuo. Para su

diagnóstico es recomendable utilizar el criterio “armonizado”,

que corresponde a la presencia de 3 de los siguientes

elementos: alteraciones de la glicemia, colesterol HDL bajo,

hipertrigliceridemia, HTA y obesidad abdominal (9). Ya que

existe una alta correlación entre RI y SM, generalmente se

extrapola la incidencia de SM a la presencia de RI en una

población específica, lo que favorece la confusión entre

ambos términos.

Diagnóstico

Este debe establecerse a través de la presencia de

manifestaciones (clínicas y de laboratorio) de la condición (10).

Estas son:

a.

Obesidad abdominal: circunferencia abdominal

90 cm. para

hombres y

80 cm. para mujeres.

b.

Acantosis nigricans

c.

Hiperglicemia: GAA, IG, DM 2 o diabetes mellitus gestacional

(DMG) previa.

d.

Hipertrigliceridemia: triglicéridos plasmáticos

>

150 mg/dl

(o en tratamiento).

e.

EHGNA: ya sea imagen radiológica confiable o estudio

histológico.

f.

SOP.

g.

HTA esencial.

h.

Colesterol HDL bajo:

<

40 mg/dl en hombres y

<

50 mg/dl en

mujeres (o en tratamiento).

La presencia de obesidad abdominal junto a cualquiera de ellas,

o bien la hiperglicemia sumada a una hipertrigliceridemia,

tiene una excelente correlación con RI determinada por

clamp euglicémico hiperinsulinémico, método de oro para el

diagnóstico de la condición.

En ausencia de datos nacionales, el punto de corte para

circunferencia abdominal recomendado actualmente por el

Ministerio de Salud es el equivalente al sudeste asiático (9).

Con respecto a los test diagnósticos, estos han sido desarrollados

para la investigación y su uso en la práctica clínica debe

evitarse. Aún así, en nuestro medio la realización de estos test

es habitual. Los más utilizados son el test HOMA (

homeostasis

model assessment

) y la insulinemia post sobrecarga a la glucosa

(2 hrs. post 75 g. de glucosa).

El HOMA, está basado en la medición de la glicemia e insulinemia

en un estado basal (ayuno), lo que permite el cálculo de un

índice de RI (HOMA-IR) a través de la fórmula:

Para la población chilena se ha determinado que el valor de

normalidad se encuentra aproximadamente en 2,6 (11).

Con respecto a la medición de insulinemias postcarga, existe

consenso en que no debe utilizarse debido su gran variabilidad

y ya que los puntos de corte no están validados. En un

estudio nacional el punto de corte de 60 µUI/ml a las 2 hrs.,

sobrediagnóstica RI en 25% de los individuos (12).

[REV. MED. CLIN. CONDES - 2016; 27(2) 171-178]

HOMA-IR =

glicemia (mg/dl) x insulinemia (µUI/ml)

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