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Introducción

El vértigo y los trastornos del equilibrio constituyen un

grupo de patologías de alta prevalencia y gran impacto en

calidad de vida. Se estima que la prevalencia durante la

vida en población general para vértigo como síntoma es

de 3 a 7%, y de 17 a 30% para presentar mareo o desequi-

librio lo suficientemente intenso para alterar la vida coti-

diana estadísticas que aumentan marcadamente con la

edad (1-3). La mayoría de estos cuadros son de carácter

benigno, aunque habitualmente revisten un gran impacto

en la calidad de vida de quienes las sufren, limitando la

actividad física, autonomía e interfiriendo con interac-

ciones sociales, llevando en muchas ocasiones a fenó-

menos de tipo aislamiento, agorafobia y depresión (4). Por

otro lado, un porcentaje nada despreciable de 4 a 7% de

los pacientes debutando con un vértigo agudo, presenta-

rían un cuadro de origen en el sistema nervioso central,

principalmente pequeños infartos a nivel de tronco y

cerebelo, pero también enfermedades desmielinizantes y

neurodegenerativas (5). Con los métodos de estudio tradi-

cionales, la mayor parte de estos importantes cuadros pasa

desapercibido, simulando un cuadro vertiginoso perifé-

rico catalogado erróneamente de benigno, incluso bajo el

escrutinio inicial de una resonancia nuclear magnética (6).

Históricamente estos pacientes se han enfrentado a una

problemática donde, por un lado, la patología de gravedad

podría no ser detectada en etapas precoces y por otra

parte la patología genuinamente benigna era mal caracte-

rizada u objetivada, llevando a opciones terapéuticas más

limitadas (7-9). Una causa fundamental de esta problemá-

tica, reside en que las opciones diagnósticas disponibles

hasta hace poco (fundamentalmente la prueba calórica

dentro del “estudio funcional del VIII par”), evaluaban solo

una pequeña fracción del aparato del equilibrio (10-14).

Afortunadamente, importantes avances en la última década

están redibujando la disciplina de la otoneurología, no

sólo en términos diagnósticos sino en la comprensión de

la patología y de las posibilidades terapéuticas, en especial

en relación a estrategias que favorecen la compensación

central de disfunciones vestibulares a través de programas

de rehabilitación vestibular (8,15-21). A continuación

revisaremos las bases fisiológicas y los principales métodos

de estudios disponibles en la actualidad.

El equilibrio, bases fisiológicas

Es fundamental recordar que la función del equilibrio

resulta de la integración central (principalmente a nivel de

tronco y cerebelo) de la información periférica proveniente

de los sistemas visual, propioceptivo y vestibular (22). De

los tres, el sistema vestibular en el oído interno es el más

sensible y el que tiende a generar mayor sintomatología

(1).

El sistema vestibular puede dividirse en dos subsistemas:

los

canales semicirculares

, encargados de detectar

aceleración angular (giros de la cabeza) y el

complejo

utrículo-sacular

, dedicado a la detección de aceleración

lineal (particularmente la aceleración lineal de resultante

del campo gravitacional de nuestro planeta).

En términos generales, alteraciones en los canales semi-

circulares generará la ilusión de movimiento rotatorio,

habitualmente denominado como “vértigo rotatorio”. Es

importante recalcar que la definición actual de vértigo no

considera como indispensable el carácter rotatorio, sino

que se refiere a la ilusión de movimiento no existente o la

distorsión de la percepción de un movimiento normal (23).

Por otro lado, lesiones en el complejo utrículo-sacular

generaran una sensación más difícil de precisar, de ines-

tabilidad o de inseguridad en la marcha, en gran medida

secundario a la falta de precisión en localizar la dirección

de la aceleración de gravedad, o sea poder determinar

“dónde está el suelo”.

Ambos subsistemas interactúan con los sistemas visual y

propioceptivo mediante los reflejo vestíbulo-ocular (RVO)

y vestíbulo-cervical. Estos reflejos se encuentran dentro

de los más rápidos del cuerpo (en especial el RVO con

una latencia de respuesta inferior a 7 milisegundos (18),

y tienen como función el compensar movimientos rápidos

e inesperados de la cabeza con ajustes de la posición del

cuello y los ojos, con el objetivo de mantener la mirada

fija en un objetivo frente en cualquier circunstancia, por

ejemplo al caminar.

Esta función es crítica en la mayoría de las actividades de

la vida diaria. Evolutivamente nuestra especie ha desarro-

llado un sistema visual basado en torno a un punto muy

estrecho, pero de altísima resolución en la mácula de la

retina. Mantener los objetos de interés proyectados en

este punto, de manera estable, resulta fundamental para

una correcta interpretación del mundo que nos rodea. La

ausencia de esta estabilidad se traduce como una visión

borrosa y una intensa sensación de desequilibrio, disfun-

ción a la base de la mayoría de los cuadros crónicos (17).

La información vestibular, propioceptiva y visual es

entonces integrada en distintos puntos del sistema

nervioso central, principalmente en los núcleos vestibu-

lares y sus derivados inmediatos en tronco y en el cerebelo

vestibular.

[REV. MED. CLIN. CONDES - 2016; 27(6) 863-871]