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para enfrentar este estrés de manera más organizada y conte-
nida o de manera más caótica y desbordada, marcando la dife-
rencia en la calidad de vida resultante.
Tempranamente en el desarrollo las estrategias de contención
serán predominantemente sensoriales a través del contacto
físico y emocional (hasta los 18 meses de edad aproximada-
mente), para luego entrar en un período en que se agrega el
lenguaje verbal, con el cual ayudaremos al niño a colocarle
palabras a su dolor y configurar una experiencia de sufrimiento
explícitamente intersubjetiva. Con una narrativa propia que
fomenta la extroversión de un mundo interno amenazado, esti-
mulando al mismo tiempo las competencias y el control sobre
algunos eventos que puede afrontar por sí mismo (autonomía
y dominio en el contexto de enfermedad). En la edad escolar
podemos esperar tener un “paciente”, bien informado y capaz
de entender los fenómenos orgánicos que le toca vivir en sus
formas más concretas. Este nivel de conocimientos influirá
notablemente en el nivel de adherencia al tratamiento. En la
construcción del significado de esta amenaza vital es muy
importante incentivar la expresión de sentimientos negativos
que son la mayor fuente de sufrimiento para el niño y se rela-
cionan con sentimientos de culpa en torno a la enfermedad o
el desempeño personal respecto a las propias expectativas o la
de sus padres. Una consideración relevante merece el contexto
espiritual del paciente y su familia, que pueden proveer una
enorme fuente de esperanza y tranquilidad. En estas situaciones
todo tipo de apoyo psicosocial puede ser bienvenido si se arti-
cula correctamente y es congruente con la mejor información o
evidencia clínica disponible (por ejemplo, grupos de autoayuda,
redes sociales involucradas, entre otros) Además, se suman las
acciones propias de salud mental con eventuales interven-
ciones psiquiátricas, psicoterapéuticas y psicoeducativas, que se
extienden al personal de salud del equipo terapéutico desde el
nivel de colaborar con el manejo de las estrategias relacionales
hasta del propio desgaste emocional (S.
de Burnout
).
La implementación de la psico-oncología, como en general
ocurre en el campo de la Psiquiatría de CE, variará en función
de los recursos profesionales y económicos por un lado y la
complejidad del sistema clínico disponible por otro (ver intro-
ducción). Haciendo la salvedad que la iniciativa y validación
para las acciones de salud mental no siempre parten desde la
psiquiatría y muchas veces ocurre que los propios contextos
clínicos complejos generan una necesidad que desencadena
la incorporación de este tipo de recursos cuya articulación
debería incluir a un psiquiatra en algún momento, comple-
tando de esta manera el “círculo de la salud mental” que
incluye a los demás profesionales médicos y no médicos del
equipo terapéutico y a veces al personal técnico de salud que
eventualmente pueden desempeñar un rol significativo para
el paciente y su familia. La posibilidad de tener residentes
o psicólogos permanentes ocurrirá en los sistemas clínicos
institucionales de mayor complejidad, en tanto en el resto,
es decir la mayoría, se beneficiará con la incorporación de
profesionales de salud mental (psiquiatra y psicólogo) en la
modalidad de asistencia periódica programada. Las funciones
de un psiquiatra de CE en el contexto de una situación clínica
de psico-oncología son equivalente a las funciones generales
antes descritas, variando la especificidad de los temas y las
experiencias vivenciales en torno a estos. Mención especial
requiere la función de apoyar y supervisar el trabajo de los
profesionales psicólogos(as) que se desempeñan en contextos
médicos. En quienes sus normales expectativas podrían tener
que ajustarse en primer lugar a las necesidades “integrales del
paciente” y no necesariamente a un tratamiento psicoterapéu-
tico generado por demanda espontánea. Sin perjuicio que esto
llegue a ocurrir de manera diferida cuando el paciente o su
familia lo considere necesario. Es decir, las intervenciones son
de tiempo limitado y foco definido por el contexto de salud
contingente; los conflictos presentes, que ocurren en un nivel
diferente a las necesidades del paciente, son reconocidos y
orientados a un trabajo diferido para optimizar los cuidados
del mismo. En algunas ocasiones, conflictos conyugales o con
hermanos pre existentes o desencadenados por el evento
estresante deben contenerse y diferir su resolución para no
desenfocar al paciente en el contexto de su enfermedad. No se
puede discutir cómo apagar un incendio en presencia de uno,
hay que apagarlo… pero, cuando las cosas se salen de control
puede ocurrir lo primero.
PSIQUIATRÍA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES EN
PACIENTES CRÍTICOS
Cada vez toma más relevancia evaluar aspectos emocio-
nales y de salud mental en pacientes con riesgo vital que
serán sometidos a intervenciones y/o procedimientos de
alta complejidad. Estos generan altos niveles de estrés
e incertidumbre en los pacientes y sus familias, así como
en los equipos médicos y personal de apoyo. Ya no sólo es
importante la sobrevida, sino que se hace muy necesario
e indispensable la participación de equipos de psiquiatría
y salud mental que aborden aspectos en ocasiones menos
visibles, pero que impactan profundamente en la calidad de
vida y el pronóstico a mediano y largo plazo. Evitando que
las complicaciones emocionales y familiares puedan inter-
ferir negativamente en la patología médica. Logrando así,
el menor impacto biopsicosocial del paciente y su entorno.
La presencia de cuadros psiquiátricos en estos pacientes, no
sólo empeora el pronóstico de la patología médica, sino que
además aumenta el riesgo suicida y el desarrollo de patología
psiquiátrica hacia la adultez, especialmente de cuadros depre-
sivos, ansiosos y trastorno por estrés postraumático, entre
[PSIQUIATRÍA DE CONSULTORÍA Y ENLACE EN NIÑOS Y ADOLESCENTES. MANEJO DEL PACIENTE Y SU FAMILIA EN ... -Dr. Elias Arab y cols.]