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cual obedece un determinado diagnóstico como son los temas
etiopatogénicos, fisiopatológicos, la evolución, los trata-
mientos y el pronóstico? Ante esta pregunta cabe reflexionar
respecto al hecho que, en general, el paciente cuando está
cursando una enfermedad grave y que puede resultar fatal
se anticipa (aunque no necesariamente lo comunique) y ya
ha intuido acerca de su pronóstico. La reflexión ética y espe-
cialmente el análisis individualizado del paciente, ayudarán a
ponderar hasta dónde ahondar en lo que se le transmita al
paciente. Como ya se adelantó, respecto de la información de
malas noticias, la comunicación del diagnóstico y la verdad
implícita que éste debe llevar- le corresponde realizarla al
médico tratante que en ese momento sea el responsable del
paciente. Esta acción es parte fundamental del acto médico,
la cual no se puede eludir ni tampoco delegar en otro espe-
cialista. La eventual colaboración de algún psiquiatra o de una
psicóloga debe considerarse más bien a continuación de que
el paciente haya recibido la noticia y dependiendo de cuál sea
su primera reacción al diagnóstico.
Para comunicar la verdad del diagnóstico hay varias situa-
ciones a tener en cuenta. ¿El paciente estará completamente
lúcido o estará cursando con algún grado de compromiso de
conciencia (de causa orgánica o bien psicogénica), entenderá
bien el discurso y contenidos que le entregue el médico de
acuerdo con la capacidad intelectual y sus referentes cultu-
rales, será capaz de procesar en ese momento el diagnóstico y
sus consecuencias o se interferirá psicológicamente?
Así como la verdad se puede relacionar con bien, justicia,
belleza y está presente en la moral, la ética, la ley, la ciencia
y en las relaciones interpersonales, no cabe duda que consti-
tuye un tema central en toda relación terapéutica. La verdad
es fundamental en los peritajes, para definir la verosimilitud
de un posible abuso; ante un contagio y riesgo epidemioló-
gico de enfermedades de transmisión sexual; ante hechos
traumáticos y sus consecuencias, etc.
Todo paciente tiene
el derecho a conocer la verdad de su situación patoló-
gica y por lo tanto para el médico el descubrir la verdad y
comunicarla se constituye en una exigencia ética y legal.
En el proceso de búsqueda de la verdad, el llegar a definir
un determinado diagnóstico acerca de lo que ocurre en ese
momento y las circunstancias inmediatas que lo rodean es sólo
el primer paso. El segundo paso es intentar descubrir por qué
el paciente enfermó en ese momento; es decir, poder integrar
los factores biológicos y ambientales que están participando,
como también los elementos psicológicos, biográficos y espi-
rituales facilitadores del proceso mórbido. El tercer paso cons-
tituye un proceso que debe ocurrir en conjunto entre médico
y paciente para tratar de dilucidar el sentido y significado que
pueda tener su patología a la luz de su situación vital de ese
momento. Por último, el cuarto paso es de una reflexión más
profunda acerca de lo que es la enfermedad en sí misma y el
sentido que tiene para el ser humano. De acuerdo con estos
elementos se hace más comprensible el desafío que enfrenta
el médico cuando debe informar acerca de un diagnóstico.
Por lo tanto, no se debe informar de manera casi mecánica u
operacional por cumplir con lo establecido en una determi-
nada legislación. Aquí se juega la profundidad que debe tener
la relación médico paciente, entendida ésta como un acto de
amor por un otro sufriente.
Cuando se ha avanzado bastante en el proceso de dilucidar
la verdad (de la enfermedad y diagnóstico del paciente),
surge la interrogante acerca de ¿qué verdad debe conocer
el paciente?, esto naturalmente vale principalmente para
los diagnósticos que implican realidades funestas. Frente a
diagnósticos de patologías menos graves y de buen pronós-
tico no se generan conflictos mayores para el médico (salvo
quizás en pacientes hipocondríacos u otros en que los temas
de salud y/o enfermedad puedan tener una gran repercusión
emocional; en ellos es conveniente minimizar la explicación,
pero teniendo en consideración que nunca se debe faltar a
la verdad). Un elemento central respecto al diagnóstico que
se va a comunicar es que el término que se emplee tenga el
mismo significado para el médico, el paciente y la familia. Un
trastorno endocrino que afecte la femineidad de una mujer
soltera probablemente será distinto para el médico que llegó a
concluir ese diagnóstico de lo que puede implicar para la vida
futura de esa joven. La necesidad de la amputación de alguna
extremidad, ya sea por un traumatismo o por alguna patología
que lleva a un dolor crónico irreductible en una persona que
desempeña una actividad en que su cuerpo es muy impor-
tante, lo más probable es que tenga un significado diferente
para el facultativo que para el paciente; para el primero signi-
ficará conservar bien el resto del organismo o terminar con
un dolor intratable y para el segundo cambiar su corporalidad
y vivir como discapacitado físico. Por otra parte, no es infre-
cuente el plantearse si no será mejor ocultar el diagnóstico al
paciente (y en eso a veces la familia tiene un papel bien deter-
minante). En paralelo está el problema de resolver respecto,
a qué será lo mejor para el paciente. En último término, en
este punto radica el conflicto para el médico: ¿cómo hacer el
bien y no dañar?, pero además sin dejar de decir la verdad.
En ocasiones el mismo paciente facilita el proceso de precisar
el diagnóstico definitivo, especialmente cuando se alude a
explicaciones plagadas de terminología médica o eufemismos
que intentan distraerlo y finalmente es el mismo paciente
quien hace hincapié en que él es fuerte para poder recibir
cualquier diagnóstico.
En este proceso de comunicar la verdad del diagnóstico es
deseable contar con el mayor conocimiento del paciente y su
contexto (características de personalidad, factores sociales,
[EL IMPACTO DEL DIAGNÓSTICO MÉDICO COMO EXPERIENCIA TRAUMÁTICA. ALGUNAS REFLEXIONES - Dr. César Carvajal]