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INTRODUCCIÓN

El delirium es un síndrome neurocognitivo y conductual complejo

que puede aparecer durante todo el curso de la enfermedad onco-

lógica, pudiendo ser incluso el primer síntoma. Se presenta prin-

cipalmente en pacientes hospitalizados y con mayor frecuencia

en pacientes con enfermedades graves o avanzadas (1).

En un estudio realizado por Hosie A., et al. (2013), se revisó la lite-

ratura existente de delirium en pacientes en cuidados paliativos.

Entre los resultados encontraron una amplia variabilidad de resul-

tados, dado que las herramientas de tamizaje no están completa-

mente estandarizadas, tasas de prevalencia que van entre los 13 y

88% y tasas de incidencia, entre 3 y 45%. La prevalencia se eleva

considerablemente en pacientes que fallecen a las horas o pocas

semanas (entre 58 y 88%) después de la evaluación. En los estudios

en que se utiliza DSM IV para el diagnóstico, la prevalencia varía

entre 42 y 88% y la incidencia 40.2 a 45%. Entre los tipos de deli-

rium, el 68 a 86% de los casos correspondía a delirium hipoactivo

(2). Si bien en otros estudios el diagnóstico clínico más frecuente es

el de delirium hiperactivo (3).

El delirium se asocia con aumento de la morbimortalidad, genera

dificultades personales y familiares y es una carga económica

importante para todo el sistema de salud (4,5).

En pacientes con cáncer avanzado, un delirium que persiste es

un factor de riesgo independiente de sobrevida a corto plazo (6).

Si bien, un 30 a 50% de los casos de delirium en cuidados palia-

tivos son reversibles, en enfermos terminales por lo general es

irreversible (Delirium terminal)(7,8).

Esta situación plantea un desafío en la toma de decisiones para

el equipo médico en cuanto al nivel de intervención y los obje-

tivos del tratamiento (9).

A pesar de ser un síndrome frecuente, es usualmente subdiag-

nosticado, un 22 a 50% no se detecta en la práctica clínica, de

hecho, no es habitual que el equipo médico se refiera a “deli-

rium” ni que sea evaluado de rutina (10, 11), siendo esto espe-

cialmente importante en el delirium hipoactivo.

La edad avanzada y demencia son factores de riesgo de delirium

(12), por otra parte el cáncer es más frecuente en pacientes de

edad avanzada (13) y nuestra población está envejeciendo, todo

lo anterior nos lleva a plantear que es muy probable que este

desafío clínico se haga cada vez más frecuente y relevante con

el paso de los años.

Es habitual que el paciente oncológico se vea en la necesidad

de optar por distintas alternativas terapéuticas con ventajas y

desventajas y se pida la evaluación del psiquiatra para evaluar

la capacidad del paciente. En este punto el diagnóstico y

manejo del delirium es fundamental, puesto que puede o no

ser una situación reversible de pérdida de capacidad en la

toma de decisiones en salud (14).

El diagnóstico, identificación de factores etiológicos e inter-

venciones farmacológicas y no farmacológicas son parte funda-

mental del rol del psiquiatra en los equipos de oncología y

cuidados paliativos (11, 15, 16).

EVALUACIÓN Y DIAGNÓSTICO

El diagnóstico de delirium se realiza mediante una acuciosa

evaluación clínica y el uso de manuales diagnósticos de refe-

rencia (17).

Los elementos claves para el diagnóstico son un cuadro de inicio

agudo y sintomatología de carácter fluctuante, tales como

inatención, alteración del estado de conciencia y alteraciones

cognitivas (como desorientación, fallas de memoria, cambios en

el lenguaje, entre otros). Otros síntomas que apoyan el diag-

nóstico son alteraciones del ciclo sueño vigilia y de la senso-

percepción (alucinaciones o ilusiones), delirios, alteraciones de

la psicomotricidad (hiper o hipoactividad), comportamiento

inapropiado y labilidad emocional (18).

Los estándares actuales para el diagnóstico son laClasificación Interna-

cional de Enfermedades (CIE-10) y el Manual de Trastornos Mentales,

5

ta

edición (DSM-5), ambos basados en la mejor y más reciente

evidencia y que cuentan con el consenso de los expertos (19, 20).

Los criterios diagnósticos son:

A.

Alteración de la atención: Capacidad disminuida de dirigir,

enfocar, sostener o cambiar la atención y alerta (disminución de

la orientación al ambiente).

B.

La alteración aparece en un corto período de tiempo (horas o

pocos días), representa un cambio del estado basal de atención

y alerta y tiende a fluctuar en severidad durante el curso del día

C.

Otra alteración cognitiva: Déficit de memoria, desorienta-

ción, lenguaje, habilidad visuoespacial o percepción.

D.

Los criterios A y C no se explican mejor por otra patología

neurocognitiva preexistente, establecida o en evolución y no

ocurre en el contexto de una grave disminución de conciencia

como un coma.

E.

Existe evidencia en la historia, examen físico o hallazgos de

laboratorio que la alteración es una consecuencia fisiológica

directa de otra condición médica, intoxicación o deprivación

de sustancias (ej. Por drogas de abuso o por medicamentos) o

exposición a toxinas o de múltiples etiologías.

[REV. MED. CLIN. CONDES - 2017; 28(6) 855-865]